HOY ESTUVE EN EL HOSPITAL…
“Hoy, 14 de julio, estuve en el hospital para valorar la evolución de una gastroenteritis que padecía mi hijo desde hacía una semana y que así fue diagnosticada aquí tras realizar una prueba PCR de descarte, dando el esperado negativo, ya que su historial médico reflejaba el resultado positivo en el test serológico de anticuerpos que se le realizó en junio para estudio del periodo de enfermedad con síntomas COVID que experimentamos los cuatro integrantes de la familia el pasado marzo”.
Esta no es una historia de víctimas y
culpables, tampoco es una historia para hallar la verdad de lo que estamos
viviendo, ni para dictaminar lo que es adecuado o no en esta delicada situación
actual. Es difícil encontrar la solución única y verdadera a esta pandemia
porque no es una cuestión de quién tiene razón, sino de qué elegimos pensar
cada uno de nosotros. Viviremos una realidad diferente dependiendo de lo que
elijamos atender en nuestra mente. Una historia que no contiene nombres, es un
hospital cualquiera con personajes que bien podrían ser ficticios o reales, es
un relato que pretende alimentar el SENTIMIENTO DE UNIDAD en la humanidad y no
la discordia. Porque ésta es una historia que ha sido escrita con la única
intención de inducir a la predisposición de comprensión, empatía y compasión.
Es una historia para TOMAR CONCIENCIA SIEMPRE DEL AMOR, a pesar de lo que aparente
la situación. Es una historia para abandonar y dejar de instigar el miedo que
ahora reina entre nosotros.
“Todo transcurría en un ambiente tranquilo y semblante sereno de
todo el personal que nos atendía. Llegado el momento del resultado del test PCR
y siendo ahora sorprendentemente positivo, el/la médic@ que nos atendía cambió
de actitud, con notoria tensión se me indicó no salir de la habitación en la
que me encontraba, me indicó que mi hijo tenía que ser ingresado, que había
dado positivo e inmediatamente nos llevarían a planta COVID en una habitación
aislados. Intenté pedirle información sobre por qué ingresar y no confinados en
casa, quería saber si mi hijo estaba grave para ingresar ya que no entendía la
situación, pues él no tenía sintomatología respiratoria. Solo me respondía: no
te acerques, no salgas de ahí, es por precaución… En menos de cinco minutos ya
estábamos en planta, yo separada de mi hijo mientras me colocaban el EPI,
seguía pidiendo información que nadie me daba, intentaba respirar como podía
teniendo en cuenta la angustia de no saber lo que le ocurría a mi hijo, una
angustia que me ahogaba junto a las dos mascarillas, pantalla, gorro, buzo,
guantes y bata que en poco tiempo ya formaban parte de la vestimenta que me acompañaría
lo que ahora sé que serían dos largos días. Me iban explicando: no puedes
meter nada, todo lo que esté dentro se considera infectado y no puede salir de
ahí. Quise comprar agua fresca, una tarjeta para distraer a mi hijo con el
televisor, ya no era posible… Con un billete en la mano pedí al auxiliar que me
atendía que por favor me comprase la tarjeta que yo le había prometido a mi
hijo para tranquilizarle mientras subíamos a planta en el ascensor. Ya dentro
del EPI oía una voz que me decía: no prometas cosas que no sabes si puedes
cumplir, hay agua en el grifo del baño, no necesitas meter nada, si te cuesta
respirar imagínate cómo hemos estado aquí todo este tiempo, la gente se lo toma
a broma pero esto es muy serio y aunque tenga anticuerpos puede volver a
enfermar, ya puedes entrar… La pantalla me impedía ver el nombre de su placa,
le pregunté el nombre antes de entrar para poder darle las gracias por ayudarme
a vestir arriesgando su salud, ya que comprendí que, de ser real lo que estaba
ocurriendo, él/ella también podía infectarse en este proceso.
Una vez dentro tomaron otra muestra de sangre para determinar de
qué tipo de positivo se trataba, si era algo antiguo o reciente. Volví a preguntar
el por qué del ingreso y no un aislamiento en casa, no hubo respuesta. Como no
requería ningún tipo de control ni tratamiento nadie entró hasta la noche. El/la
neumólog@ por fin me explicó que el/la médic@ en urgencias vio en la placa una
mancha en el pulmón y consideró una posible neumonía. Me tranquilizó saber que
el/la especialista no veía esto y que la placa estaba completamente limpia en
su opinión, le auscultó y dijo que no estaba solo bien sino perfecta, le
extrañaba que la auscultación en urgencias hubiese sido imprecisa. No fue imprecisa sino inexistente, no le llegaron a auscultar. Mientras él/la neumólg@ intentaba entender por qué estábamos allí, mi corazón se iba recuperando y
encontrando respuestas: estábamos allí porque el/la médic@ en urgencias entró
en pánico al ver el positivo en PCR que no se esperaba, por lo que seguramente
no había tomado las medidas que solía tomar, el miedo le hizo ver en la placa una
mancha que no existía y olvidarse de realizar una auscultación para asegurar el diagnóstico. Si a todo esto le añadimos que se trataba de un menor, es probable
que se viese incrementada la carga de responsabilidad que ya de por sí soporta
un médico. Tenía miedo a contagiarse pero sobre todo quiso asegurarse de
proteger rápidamente a mi hijo ingresándole. Por ello siento y expreso la más
profunda empatía por quien, aun habiendo errado el diagnóstico, obró de buena
fe por la seguridad de todas las partes implicadas.
Durante los dos siguientes días tuvimos escaso contacto con el
personal sanitario, ya que mi hijo no precisaba cuidados. Viendo que incluso el
proceso de gastroenteritis había cesado, intenté solicitar la mínima ayuda
posible pues suponía gran tiempo y esfuerzo colocarse y quitarse el EPI que se precisaba
para entrar en la habitación. Así pasaron las horas y los dos largos días hasta
llegar los resultados concluyentes de la serología SARS-COV2 que indicaban IgG
positiva (anticuerpos por un proceso antiguo ya resuelto) y IgM e IgA negativas
(no hay presencia de virus en la actualidad), lo cual indicaba que se había tratado
de un falso positivo. Al recibir el alta médica se abrieron las puertas y,
ahora ya sin más protección que la sola mascarilla, vimos algunas de las caras
que nos habían atendido de la mejor manera que sabía o podía hacerlo cada uno
de ellos, les expresé mi agradecimiento y decidí quedarme con lo mejor de todo
lo que allí había acontecido.
Así que continúo ofreciendo mi agradecimiento a la situación
misma que ha tenido lugar porque ha fortalecido mi continua predisposición al
amor y no al miedo. Comprendo la situación que vivió el/la médic@ que nos
atendió y que, arrastrad@ por el miedo, decidió el ingreso con la intención de
salvaguardar la vida de mi hijo. Agradezco a todo el personal el esfuerzo
realizado en estos dos días, sabiendo que cada uno ofrecía lo que podía en
relación a la intensidad y proporción de miedo personal que experimentaba”.
Determinamos cada acto humano en
concordancia con las consecuencias que de ello tienen lugar, dictaminamos una y
otra vez el veredicto de culpabilidad o de absolución en relación a los
resultados obtenidos. Lo revelador de esta historia, ya sea real o ficticia, es
saber que es un ejemplo de las cosas que suelen ocurrir en el mundo
interpersonal. Quedémonos con el aprendizaje y moraleja que nos deja: no
necesitamos el miedo para infundir responsabilidad ciudadana, tenemos el poder
de elegir con qué lado de las cosas quedarnos, ante la adversidad tenemos la
opción de elegir la aceptación, si no atendemos el miedo ofrecemos al entorno
lo mejor de nosotros mismos, de lo contrario damos lo que podemos. No se trata
de quién da más o menos, quién lo hace bien o mal, sino de quién está en
predisposición de poder dar lo mejor de sí mismo, y esto solo es posible cuando
NO se elige el miedo. AL CONFIAR ofrecemos la mejor
versión de nosotros mismos, AL TEMER erramos una y otra vez.
Tomemos
las medidas de seguridad que nos han recomendado para que la pandemia quede
controlada y se propague lo mínimo posible, facilitando así el trabajo a
sanitarios y profesionales de este y otros sectores. Tomemos las medidas
necesarias pero sin infundir miedo, avivar el miedo a uno mismo con
pensamientos catastróficos, o a otros con noticias tenebrosas, no es una medida
preventiva. La medida por excelencia es confiar y abandonar el juicio y la
crítica de unos sobre otros, porque todos estamos en el mismo barco, pero es
verdad que cada uno elige su propio timón, yo elijo la comprensión y el amor, y
si a veces me despisto en un mar de dudas, intento conducir mis pensamientos rumbo
hacia la preciada confianza.
CONFÍO en
la humanidad y en el buen hacer de las personas con las que me cruzo, sabiendo
que a veces estaré de acuerdo con ellas pero otras no. TOMO CONCIENCIA de que
las elecciones ajenas a veces me gratifican pero otras me hacen sufrir. AQUÍ Y
AHORA ELIJO CONFIAR en el amor que a todos nos une, elijo centrarme en la
comprensión, empatía y compasión de unos sobre otros.
AL CONFIAR ofrecemos
la mejor versión de nosotros mismos,
AL TEMER erramos
una y otra vez.
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